El Premio Nobel de Fisiología o Medicina representa la cumbre del reconocimiento científico mundial. Sin embargo, en su historia centenaria, algunos laureados han sido cuestionados por la falta de solidez de sus descubrimientos o por las consecuencias de su aplicación.
Tres casos destacan por razones distintas: uno por presunta manipulación de datos, y dos más por tratamientos que pasaron de ser “revolucionarios” a ser vistos como peligrosos para la salud humana y el medio ambiente.
El caso más reciente y preocupante corresponde a Gregg L. Semenza, quien recibió el Nobel en 2019 junto con William G. Kaelin Jr. y Peter J. Ratcliffe.
El Comité Nobel reconoció sus descubrimientos sobre los mecanismos moleculares que permiten a las células detectar y adaptarse a la disponibilidad de oxígeno, específicamente el factor HIF-1. Este hallazgo revolucionó la comprensión de procesos fundamentales como la anemia, el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.
Sin embargo, la reputación de Semenza sufrió un golpe insalvable cuando entre 2022 y 2023 diversas revistas científicas descalificaron sus artículos. Se trató de 13 retractaciones, la mayor cantidad entre los científicos que han recibido un Nobel.
Esta situación generó un dilema sin precedentes en la comunidad científica: ¿puede mantenerse válido un Nobel cuando uno de sus receptores ha incurrido en prácticas fraudulentas?
Hasta ahora, tres años después de que iniciaron los cuestionamientos contra Semenza, el consenso de otros científicos y del Comité Nobel es que las conclusiones del descubrimiento sobre la adaptación celular al oxígeno son correctas, validadas por décadas de investigación independiente en laboratorios de todo el mundo.
De hecho, el trabajo de Kaelin y Ratcliffe, así como la reproducibilidad del hallazgo por otros científicos, respaldan la solidez del fenómeno descubierto.
No obstante, la integridad académica de Semenza quedó gravemente comprometida, lo que plantea interrogantes sobre los mecanismos de supervisión en la investigación de élite.
LAVADO DE COCO
En 1949, el portugués António Egas Moniz recibió el Nobel por desarrollar la lobotomía prefrontal como tratamiento para enfermedades mentales graves. En esa época, la intervención se consideró un avance terapéutico ante la ausencia de alternativas efectivas para pacientes con psicosis.
Sin embargo, con el paso de las décadas, la lobotomía reveló su verdadero rostro: un procedimiento que destruía la personalidad de los pacientes, les causaba daños neurológicos irreversibles y los dejaba en estados vegetativos o con graves discapacidades cognitivas.
Pronto, la comunidad científica abandonó esa técnica, cuando fueron desarrollados los primeros psicofármacos y se reconoció que la intervención violaba principios éticos fundamentales. Hoy, la lobotomía se considera un capítulo oscuro de la medicina, un recordatorio de cómo la desesperación por encontrar soluciones puede llevar a aceptar tratamientos inhumanos.
DD-MUER-T
El tercer caso de controversia alrededor del Nobel de Medicina se da por el trabajo del químico suizo Paul Müller, laureado en 1948 por descubrir las propiedades insecticidas del DDT. Este compuesto mostró una eficacia extraordinaria contra mosquitos transmisores de malaria y otros artrópodos, lo que salvó millones de vidas en campañas sanitarias globales.
El hallazgo químico era científicamente correcto y su aplicación inicial fue muy prometedora.
Sin embargo, décadas después, el DDT fue prohibido en numerosos países al documentarse sus efectos devastadores: el compuesto contamina cuerpos de agua, permanece en el ambiente durante años sin degradarse, se acumula en tejidos de animales y causa graves daños a ecosistemas completos.
Estudios revelaron su toxicidad para aves, peces y otros organismos, además de potenciales riesgos para la salud humana. Lo que comenzó como un avance en salud pública terminó siendo un desastre ambiental que exigió décadas de esfuerzos para remediar sus efectos nocivos.
