Las cámaras del Metro de la Ciudad de México han captado algo que hiela la sangre: figuras translúcidas que y otra vez, como si revivieran eternamente el instante de su muerte.

Antonio Zamudio, reconocido investigador de lo paranormal lo explica sin rodeos: no se acaba el sufrimiento cuando comienza un bucle. Esa es la realidad cruda que muchos no quieren mirar y que él ha documentado durante décadas.

Dentro del campo de la investigación paranormal, este tipo de casos no se tratan como fantasías populares ni supersticiones. Investigadores como Zamudio trabajan con metodologías que combinan revisión histórica, análisis del comportamiento humano, registro audiovisual y experimentos

La clave está en relacionar los fenómenos con el contexto del lugar, el tipo de muerte involucrada y el estado de la conciencia al momento del fallecimiento. No se parte de la creencia, sino de la evidencia recurrente: patrones que se repiten, datos que confirman, entidades que responden y hechos que encajan con la historia documentada. Bajo esta mirada, la Ouija, los espejos y otros métodos no son “juguetes”, sino instrumentos de intercomunicación que pueden abrir ventanas a consciencias atrapadas en un espacio-tiempo alterado.

Antonio Zamudio lo deja claro: la Ouija no es un juego y jamás ha sido un tablero inocente. Lo que responde no es madera, cartón ni plástico, sino entidades de personas que murieron de forma trágica y quedaron atrapadas en un momento eterno.

Espacios como casas con siglos de historia, zonas de accidentes, hospitales o estaciones del Metro concentran bucles en los que las conciencias repiten una y otra vez su último segundo.

¿Qué ocurre realmente cuando se intenta contactar a entidades a través de la Ouija?

En investigaciones reales —como las realizadas en la Casa de los 400 años en el Centro Histórico— la tabla Ouija, combinada con rituales de apertura, luz y preguntas dirigidas, ha mostrado algo inquietante: las entidades no solo contestan, también se manifiestan.

Apariciones de aspecto monástico captadas en espejos, respuestas coherentes con sucesos documentados desde la época inquisitorial y coincidencias repetidas por grupos que ni siquiera se conocían entre sí. Para Zamudio, ahí está la parte científica: cuando lo que aparece en una sesión se confirma con historia y evidencia independiente.

Las entidades, dice, “nos leen todo”: no ven cuerpos, ven espíritus encarnados, acceden a miedos, recuerdos y heridas que uno mismo ha enterrado. Por eso, el mayor peligro no es que la planchette se mueva… sino que alguien del otro lado te haya visto, reconocido y enganchado. Muchos jóvenes que “jugaban” la Ouija terminaron con afectaciones mentales, no por fantasías, sino porque abrieron una comunicación sin saber cerrarla.

Hoy, en pleno siglo XXI, el interés por lo paranormal ha explotado: más posesiones reportadas, más rituales en redes, caricaturas que enseñan nombres reales de demonios y altares a entidades infernales colocados en plena calle. Zamudio lo interpreta como un fenómeno psicosocial: la gente busca protección, poder o explicación ante tiempos inciertos, igual que ocurrió con la Santa Muerte o ciertos cultos urbanos.

El mensaje final es directo: no presiones a tus hijos, amigos o familiares a usar la Ouija. No es entretenimiento. Si alguien quiere experimentar, debe hacerlo con responsabilidad, preparación y guía… o mejor no hacerlo. Porque lo que está del otro lado no siempre quiere conversar: a veces quiere quedarse.

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