Hace unos días estuve de campamento en la Zona del Silencio. Hasta hace no mucho, era un enclave olvidado. Nadie hablaba de los secretos que esconde este lugar en medio del desierto donde convergen Chihuahua, Coahuila y Durango. Pero, gracias a la divulgación que hemos realizado en medios de comunicación y redes sociales, la Zona del Silencio volvió al mapa. Hoy es tendencia, y cada vez más personas se suman a la aventura de recorrer una de las regiones más enigmáticas del planeta.
Este desierto tiene una cualidad que pocos lugares poseen: una atmósfera que parece detener el tiempo. Desde hace décadas se habla de brújulas que fallan sin explicación, de radios que pierden señal sin motivo, de extrañas luces que surcan el horizonte y de testimonios de viajeros que aseguran haber visto figuras humanas que desaparecen entre las dunas. Ya sea mito, leyenda o manifestaciones aún no comprendidas, la Zona del Silencio guarda un magnetismo difícil de ignorar, como si algo —o alguien— velara desde las sombras de su vastedad.
En este último campamento, organizado junto a la agencia de turismo Volíbolo —especializada en viajes de misterio— un centenar de viajeros formaron parte de la experiencia. El campamento se instaló en el rancho La Flor, cerca de Ceballos, Durango, ya dentro de la Zona del Silencio. Los ejidatarios fueron nuestros guías y nos compartieron su conocimiento sobre la tortuga del Mapimí, especie única en el mundo que dio origen a la creación de la Reserva de la Biósfera de Mapimí, un santuario natural para proteger a estas criaturas excepcionales.
¿Qué fue lo más sorprendente que ocurrió durante la expedición?
El momento cumbre fue el recorrido por el desierto. Logramos algo que muy pocos grupos han experimentado: llegar al punto exacto donde impactó el cohete Athena. Una hazaña que solo puede hacerse con guías locales expertos; jamás debe intentarse por cuenta propia, porque el desierto no perdona.
Recordemos lo ocurrido el 11 de julio de 1970. Un cohete Athena fue lanzado desde la base militar de Green River, en Utah, con destino a White Sands, Nuevo México en los Estados Unidos. Lo que debía ser un ejercicio rutinario terminó en desastre: el misil se desvió de su trayectoria y cayó en territorio mexicano, justo en el corazón de la Zona del Silencio. Transportaba pequeñas cantidades de Cobalto 57, un material altamente radiactivo. Esa situación llevó al gobierno mexicano a permitir que militares estadounidenses recorrieran durante semanas la zona en busca del artefacto.
Los pioneros de la investigación —como Santiago García Junior— siempre dudaron de que el desvío del Athena fuera accidental. Semanas antes, el periódico El Siglo de Torreón publicó que Wernher von Braun, padre de la cohetería estadounidense, había visitado en secreto el desierto de Durango. Oficialmente, ambos hechos no están relacionados. Sin embargo, los habitantes con los que he conversado durante años aseguran que esta región del desierto contiene uranio, y que la caída del Athena fue la excusa perfecta para entrar, explorar y extraer material.
Con el pretexto del Cobalto 57, los militares estadounidenses retiraron una montaña completa de arena. Y según los lugareños, también se llevaron uranio y todo lo que consideraron valioso. Hoy, en el sitio donde estaba aquella montaña, no crece nada. La tierra está compacta, endurecida, como si se hubiera convertido en concreto. Muchos dicen que debajo podría haber algo enterrado por los estadounidenses… algo que permanece en el más absoluto secreto.


