El caso de las Caras de Bélmez sigue siendo, más de cincuenta años después, uno de los enigmas más desconcertantes de la historia de lo paranormal. Para investigadores como Lorenzo Fernández Bueno, periodista y director de Año/Cero – Enigmas, este fenómeno no solo ha resistido décadas de escrutinio, sino que continúa descolocando a quienes lo estudian: “Me rompe los esquemas, no ha habido nada igual, no hay nada igual y no va a haber nada igual”, confiesa.
Todo inicia el 23 de agosto de 1971 en Bélmez de la Moraleda, en Jaén, España, cuando María Gómez Cámara, embarazada y enferma de fiebre malta, descubre un rostro humano que emerge en el cemento de su cocina. Asustada, avisa a su familia; su hijo pica la losa para borrar la figura, pero poco después el mismo rostro reaparece. El ayuntamiento interviene y, al excavar, aparecen restos humanos: tibias, costillas, peronés… pero ninguna calavera. La asociación con la imagen del rostro fue inmediata. Con el tiempo, en aquel suelo se formaron hasta una centena de caras, algunas incluso con cuerpos completos, como el de una madre sosteniendo a su hijo.
El fenómeno estalló en plena dictadura franquista. En un pueblo de apenas 2,700 habitantes, la noticia atrajo a miles de visitantes en cuestión de semanas. La prensa española lo llevó a portada con titulares como “Las caras hablan”, lo que disparó aún más la expectación. Sin embargo, la Iglesia y el propio régimen iniciaron una operación para silenciar el asunto. El obispo de Jaén temía que más gente acudiera a la casa que a la iglesia, y el Ministerio de la Gobernación llegó a amenazar al alcalde con cárcel si no detenía el fenómeno. A pesar de estas presiones, el misterio persistió.
¿Por qué las Caras de Bélmez siguen siendo un misterio 50 años después?
A comienzos de los años setenta, Germán de Argumosa, pionero en la investigación de psicofonías en España, llevó grabadoras de bobina abierta a la casa. El resultado fue aterrador: en distintos aparatos se registraron voces claras que decían frases como “El infierno empieza aquí”, “Estoy enterrada” o “Pica patio, levanta cemento”. Las indicaciones se cumplieron al pie de la letra: al picar en el patio aparecieron más restos humanos. El fenómeno no era pasivo, parecía interactuar.
Décadas después, el propio Lorenzo Fernández asegura haber captado una voz femenina en una grabadora oculta. Durante una conversación con María Gómez Cámara, la cinta registró un susurro: “Ayúdame, por favor”. Ingenieros de sonido compararon esta voz con registros de los años setenta y concluyeron que era la misma. Para Fernández, aquello fue un aviso: “Me dijeron: estate quieto, porque la próxima vez no seremos tan amables”.
Las caras nunca mostraron expresiones alegres. Ninguna reía. Todas transmitían dolor, angustia o incluso rasgos demoníacos. La atmósfera era tan opresiva que, al caer la noche, la sugestión se mezclaba con un miedo palpable. Quienes entraban sentían estar vigilados o caminar sobre presencias atrapadas.
La personalidad de María Gómez Cámara parece haber sido un elemento clave. Muchos testigos afirmaban que las caras aparecían o se intensificaban según su estado emocional. En 1996, durante el 25 aniversario del fenómeno, se celebró un homenaje en su casa; la cobertura mediática devolvió la atención al caso y, de forma sorprendente, surgió una nueva hornada de rostros. Tras la muerte de María, las manifestaciones disminuyeron y poco a poco se desvanecieron, aunque algunos permanecen visibles bajo cristales protectores.
Las Caras de Bélmez no son solo un caso de apariciones inexplicables. Representan cómo lo paranormal puede desafiar al poder político, a la religión y a la ciencia, dejando un vacío de certezas y un exceso de preguntas. Como concluye Lorenzo Fernández: “Podemos acudir a cualquier hipótesis, extraterrestre o espiritual, pero la única certeza que tenemos hoy es que, más de cincuenta años después, en esa humilde casa de Jaén, sigue plantando cara lo inexplicable”.


