Desde el pasado 18 de agosto, el colombiano Arturo Enrique Aguirre García estaba desaparecido. Su familia había denunciado ante las autoridades que no sabían dónde se encontraba. , fue localizado esta semana, pero en circunstancias trágicas: Arturo falleció víctima de su temor al apocalipsis.

como El Tiempo e Infobae, Aguirre murió sepultado por la tierra en San Luis, Antioquia, Colombia mientras excavaba un refugio para protegerse del fin del mundo. Llevaba consigo una pala, un machete y una veladora, decidido a construir un búnker. Antes de partir, había confesado a su familia que necesitaba resguardarse del inminente apocalipsis. Logró abrir una pequeña cueva, pero el techo cedió y lo sepultó bajo toneladas de tierra.

sus familiares creyeron que se trataba de una broma, jamás imaginaron que la idea del búnker era real ni que terminaría en una tragedia. Hoy lloran no solo su ausencia, sino también el peso de no haber comprendido a tiempo el miedo que lo consumía.

La historia de Arturo no es un caso aislado. Desde hace décadas, las crisis globales han sembrado la idea de que el mundo está al borde del colapso. Guerras, pandemias, el cambio climático y la amenaza nuclear son recordatorios constantes de la fragilidad de nuestra civilización. En este caldo de incertidumbre, miles de personas buscan refugio en la fe, en teorías del fin de los tiempos o en refugios subterráneos que prometen seguridad. El miedo al apocalipsis no solo está en las escrituras antiguas o en películas de ciencia ficción: está en la vida diaria de quienes sienten que el futuro ya no les pertenece.

En 2012, con la supuesta profecía maya, una encuesta de Ipsos Global Public Affairs reveló que casi el 15% de la población mundial creía que presenciaría el apocalipsis en vida. Ese temor no solo golpea a la gente común. También a los más poderosos: Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, tiene un búnker con 30 habitaciones en su rancho de Hawái. Y compañías como Atlas Survival Shelter, en Kansas (EE.UU.), construyen refugios de lujo: uno de sus complejos, valuado en 30 millones de dólares, puede albergar a 75 personas, con casas vendidas a millón y medio cada una.

La tragedia de Arturo es un espejo doloroso de lo que significa vivir con miedo.

Mientras algunos lo toman a broma en redes sociales, lo cierto es que su historia refleja una angustia compartida: la incapacidad de sentirse seguros en un mundo que parece precipitarse al caos. Su vida terminó bajo la tierra que intentaba excavar, pero lo que queda a la superficie es una advertencia: el miedo puede ser más devastador que cualquier catástrofe real.

Hoy, su caso nos obliga a mirar más allá de las burlas y a preguntarnos: ¿qué tan frágiles somos frente a las narrativas del fin del mundo? ¿Hasta qué punto los fantasmas colectivos de la humanidad pueden convertirse en verdugos silenciosos de nuestra esperanza?

Google News