La Eucaristía es, para millones de creyentes en el mundo, el corazón de su fe: el instante en que lo divino se hace presente en lo humano. La hostia consagrada no es solo un símbolo, sino la materialización del misterio más sagrado del catolicismo, la unión íntima con Cristo. Por eso, cuando se habla de su robo o profanación, no se trata únicamente de un acto delictivo, sino de una herida espiritual que sacude la sensibilidad de toda una comunidad de fieles. Es tocar lo intocable, arrebatar lo más sagrado de un templo para transformarlo en objeto de burla o comercio.
En medio de este panorama, la imagen de un sacerdote que pide a sus feligreses consumir la hostia frente a él cobra un matiz desgarrador: es el reflejo de una Iglesia que, además de enfrentar la secularización y el desinterés religioso, debe proteger lo más sagrado de quienes buscan mancillarlo. La fe se vuelve entonces un acto de resistencia, un resguardo íntimo frente a fuerzas que, más allá de lo satánico o lo profano, representan un desafío directo a la espiritualidad de millones.
Recientemente, un familiar que acudió a la celebración de una misa en el monasterio de Guadalupe, en Extremadura, me contó un detalle que le llamó poderosamente la atención. Durante la comunión, cuando los feligreses se acercaban al altar para recibir la Sagrada Forma —en la que los católicos creen que está presente el cuerpo de Jesús—, el sacerdote les recordó que, en caso de recibir la hostia en la mano, debían consumirla inmediatamente frente a él y no después.
Este detalle, que sorprendió a mi familiar, lo comenté con la periodista Lourdes Gómez, especialista en misterios religiosos y responsable del pódcast Noche de Lluvia. Según ella, podría estar relacionado con un fenómeno inquietante que en los últimos años se ha extendido en diversas iglesias del mundo: la profanación y el tráfico de hostias consagradas.
De acuerdo con la periodista, existen personas vinculadas a cultos satánicos que acuden a las iglesias a comulgar, pero en lugar de ingerir la hostia, se la guardan con distintos fines. En algunos casos, la utilizan en rituales satánicos; en otros, la venden a terceros que realizan estas prácticas. El precio de estas transacciones ilegales varía según la relevancia del templo en el que se haya obtenido la hostia y también dependiendo de quién oficie la misa. Si se trata de un obispo, arzobispo o cardenal, el valor en el mercado negro puede ser aún mayor.
Un caso reciente ocurrió en marzo pasado, cuando el arzobispo Joseph F. Naumann, de la arquidiócesis de Kansas City (Estados Unidos), interpuso una demanda contra Michael T. Stewart y Travis L. Roberts, líderes del grupo The Grotto Society (también conocido como The Satanic Grotto). Según la denuncia, poseían hostias y vino consagrados con el propósito explícito de profanarlos. Fueron ellos mismos quienes, a través de internet, alardearon de haber obtenido dichos elementos en una misa católica para utilizarlos en un ritual satánico. Representantes de la Conferencia Católica de Kansas contactaron con el grupo, que llegó a afirmar que su objetivo era “matar a Jesús” en la ceremonia.
Este fenómeno no se limita a Estados Unidos. En países como España e Italia, las autoridades católicas han alertado en los últimos años sobre el creciente robo, venta y tráfico ilegal de hostias consagradas destinadas a misas negras. En la doctrina católica, se considera que la hostia ha sido transubstanciada en el cuerpo de Jesucristo, y su profanación es uno de los pecados más graves, con la consecuencia directa de la excomunión para quien comete tal acto.