Mariana y Ernesto tramitaron su divorcio ante un juzgado familiar. En su vínculo matrimonial de 15 años, no procrearon hijos, así que en ese aspecto no había controversia sobre pensión alimenticia, régimen de visitas, convivencia ni guarda y custodia.
Pero sí adquirieron bienes que debían repartirse, pues se casaron bajo el régimen de sociedad conyugal, y en dos audiencias no se habían puesto de acuerdo sobre una casa, un terreno y un vehículo.
En el juzgado familiar, les plantearon mediar a fin de allanar el camino a la sentencia de divorcio, y los canalizaron al Centro de Justicia Alternativa (CJA) del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México (Niños Héroes 133, colonia Doctores, alcaldía Cuauhtémoc).
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Ambos llegaron a la primera sesión tensos, pero con la voluntad de evitar un proceso judicial largo y costoso en el juzgado. Del inventario de bienes, la casa era la de mayor discordia, y que para ambos tenía un valor sentimental.
En dos sesiones más, entre documentos, recuerdos y nostalgias, se fue construyendo el acuerdo: Él aceptó que ella se quedara con la casa, ya que, aunque sentimentalmente le era importante, en ese mismo domicilio Mariana había establecido un negocio; Ernesto aceptó quedarse con el terreno en Hidalgo y el vehículo, al ponderar que le vendría bien ocuparse en fincar una casa y cambiar de aires. Las decisiones no fueron fáciles, pero la escucha activa y el respeto guiaron cada paso.
Al final, motivados por poner fin a esa controversia y obtener la sentencia de divorcio, firmaron el convenio de mediación, en el que ambos se dieron cuenta de la importancia de saber ceder en una negociación, pues de lo contrario no se hubiera avanzado.