¿Hace falta un para quien despierta cada día con una canción que soñó en la cabeza? ¿Para quien sale a correr por las mañanas con un disco que jamás ha escuchado y, entre zancadas y dolor de caballo, siente que la música lo renueva, le da años luz de vida y lo oxigena? ¿Para quien se nutre de piezas nuevas, intercambia canciones, novedades o viejas perlas que han vivido años en su reproductor? ¿Para quien lleva el de su vida como una larga canción de 24 horas, con cambios que lo hacen tambalearse, reír, excitarse o querer aprender a volar? ¿Para quien canta en su automóvil como en un concierto, mientras la periferia se mienta la madre en el tráfico y el ruido? ¿Para quien encuentra en la escucha de un álbum (en el formato que digas y mandes) un ritual, un alimento, una sanación? ¿Para quien ha llorado con la letra de una canción y sus melodías que son dardos y caricias al alma destruida? ¿Para quien aún escucha la radio de vez en cuando con la esperanza de encontrar una sorpresa, un locutor que le remueva las entrañas, una nueva banda que encause una ola gigante en el desierto? ¿Para quien es fanático de ver documentales y biopics de músicos, estrellas y mitos? ¿Para quien acude a conciertos como quien visita santuarios, y sin buscar nada, encuentra todo?

En vísperas del 13 de julio, Día Mundial del Rock en honor al festival benéfico Live Aid del 85, yo me pregunto: ¿hace falta un Día Mundial del Rock para quien es adicto al track?

El fin de semana pasado, el mundo se puso de cabeza con dos acontecimientos contrastantes que quedarán tatuados en la historia del rock: el regreso de Oasis y el fin de Black Sabbath, vía los funerales del murciélago mayor, Ozzy Osbourne.

Sentimientos encontrados: unos hermanos Gallagher en tregua, entregados a un set complaciente pero poderoso. Un Black Sabbath con sus cuatro elementos originales en sus últimos alientos, entonando solo cuatro canciones como carta de despedida, una oda en el ocaso de sus carreras brillantes, pesadas y palpitantes.

¡Eso fue una doble celebración adelantada! ¡Gracias!

El pasado 8 de julio, esta columna cumplió dos años de publicarse cada sábado. ¿En verdad hace falta un Día del Rock para quien es el más feliz de tener un espacio libre y con olor a tinta para escribir de lo que más ama y atormenta?

Yo soy Mil Usos Rock. Gracias por seguir esta ruta de sonido un año más... Y a la pregunta inicial: ¡No! No hace falta del todo, pero si existe, vamos a celebrarlo, porque cada vez somos menos los dichosos que estamos en este hermoso barco. Hay que gritar y rendirle tributo como lo hacemos todos los días. Te lo juro: es lo menos que se merece.

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