En la Argentina de los años ochenta, una sombra comenzó a recorrer los titulares de los diarios. Un hombre de mirada gélida, sonrisa disimulada y pasado violento se convirtió en sinónimo del mal. Su nombre era Roberto José Carmona, pero la prensa lo bautizó con un apodo que aún estremece: “La Hiena Humana”.

Nació en Buenos Aires en 1962, en un entorno de abandono y maltrato. Desde niño conoció la soledad y la violencia. A los diez años ya robaba armas; a los quince, dormía en las calles. Nadie imaginaba que ese niño olvidado por todos se transformaría en uno de los criminales más temidos del país.

Su historia tomó un giro macabro en 1986, cuando en la ciudad turística de Villa Carlos Paz, Córdoba, una joven de 16 años llamada Gabriela Ceppi desapareció después de un espectáculo de faquirismo. Carmona, que realizaba ese show con su grupo, ofreció ayuda al cambiar una llanta y poco después la joven apareció muerta. Había sido violada y asesinada de un disparo.

Lee también:

Aquel crimen marcó el inicio de su fama criminal. Fue condenado a cadena perpetua, pero en prisión su violencia no se detuvo: atacó a guardias, mató a dos internos y confesó no sentir culpa alguna. En entrevistas posteriores, describió sus impulsos con escalofriante frialdad:

“Soy un depredador. No tengo miedo, ni remordimiento. Cazo cuando se presenta la oportunidad.”

Lo que parecía un encierro definitivo se convirtió en una pesadilla para la justicia. En diciembre de 2022, durante una salida transitoria desde una cárcel de Chaco, Carmona escapó. Aprovechó un descuido, tomó un taxi y asesinó al conductor, Javier Rodrigo Bocalón, a puñaladas.

El cuerpo fue hallado dentro del vehículo, rociado con combustible. La “Hiena Humana” volvió a matar después de más de 35 años.

Cuando fue recapturado, no mostró arrepentimiento. Miró a los jueces y dijo con una calma perturbadora:

“Eligió más su auto que su vida.”

Hoy, Roberto José Carmona cumple su tercera condena a cadena perpetua. Sus crímenes se estudian como ejemplo extremo de psicopatía y de cómo el sistema penitenciario argentino falló en contenerlo.

A sus más de 60 años, sigue encerrado en una celda aislada, observando el mundo desde una ventana de metal y vidrio. Dice haber encontrado la paz en la religión, pero sus palabras siguen helando la sangre.

Porque “La Hiena Humana” no solo mató a sus víctimas… también asesinó la confianza en la justicia.

Google News

TEMAS RELACIONADOS