Jorge, conocido artísticamente como , lleva más de una década privado de la libertad, acusado del homicidio de su hijo de 11 años.

La muerte del menor ocurrió tras un espectáculo en Tabasco en 2011 y, desde entonces, el caso ha estado rodeado de contradicciones, cobertura mediática sensacionalista e irregularidades procesales.

Jorge era un artista del faquirismo, una práctica extrema que combina resistencia física y meditación espiritual.

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Su hijo, quien lo acompañaba en los shows bajo el nombre de “el escapista más joven del mundo”, comenzó a sentirse mal después de una presentación, tras haberse lesionado la pierna.

Horas después, falleció en el hospital por broncoaspiración, aunque la versión oficial sostuvo que había muerto a causa de golpes propinados por su padre.

Él reconoce haberlo disciplinado con un cinturón la noche anterior —una práctica que, según sus hijas, era común en casa—, pero niega haberle causado lesiones fatales.

Las fotografías y reportes médicos muestran la ausencia de fracturas o heridas compatibles con la narrativa de “muerte por tubazos” difundida por las autoridades y los medios.

ENCERRADO

Aun así, fue acusado de homicidio doloso y sentenciado a 70 años de prisión. Su proceso estuvo plagado de anomalías: Jorge denunció tortura y amenazas para que confesara, y su entonces pareja fue presionada por la fiscalía para declarar en su contra.

Posteriormente, en una rueda de prensa, fue exhibido públicamente como “El Chacal de Tlalnepantla”.

No tuvo acceso a una defensa adecuada y el tribunal desestimó pruebas que apuntaban a posibles negligencias médicas en el hospital donde murió el niño.

Las hijas de Jorge reconocen que su padre tenía un carácter violento y los castigaba físicamente, pero que también era un hombre cariñoso y trabajador.

No afirman que haya matado a su hermano, sino que el caso se desarrolló en un entorno de manipulación y miedo.

Una de ellas, Yolotzin, fue víctima directa de ese proceso: durante su estancia en una casa hogar fue medicada, presionada y obligada a grabar declaraciones inculpatorias.

Hoy, ya adulta, describe haber vivido confusión y abuso institucional, y padece secuelas emocionales de aquella etapa.

Dentro del penal, Jorge ha intentado rehacer su vida. Trabaja en artesanías, mantiene una rutina disciplinada y desde 2014 profesa la fe mormona, lo que le ha permitido mantenerse sobrio.

Afirma que su condena fue una forma de encubrir errores y negligencias médicas, y que las autoridades aprovecharon su imagen pública para fabricar una narrativa mediática de culpabilidad.

Su historia permanece abierta: no hay certeza absoluta sobre su responsabilidad, pero sí hay indicios de que el proceso judicial estuvo marcado por irregularidades y presión mediática.

Entre la violencia familiar, el dolor y las fallas del sistema, el caso de Jorge refleja la fragilidad de la verdad cuando la justicia se mezcla con el espectáculo.

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