En 1991, Matamoros, Tamaulipas, se convirtió en escenario de una de las historias criminales más perturbadoras de México. Detrás de una fachada de pareja común, Rodolfo Infante Jiménez y Ana María Villeda escondían una relación marcada por la violencia y la perversión. La prensa los bautizó como los Sádicos de Matamoros.

Un romance convertido en pacto criminal

Infante, originario de Texas, y Villeda, nacida en San Luis Potosí, encontraron en su unión un vínculo que pronto se transformó en una peligrosa complicidad. Lo que comenzó como una relación amorosa terminó en una macabra alianza. La pareja descubrió que compartía impulsos oscuros: la necesidad de someter, torturar y asesinar.

El modus operandi

Su método era tan frío como calculado. Engañaban a jóvenes mujeres con la promesa de empleo como domésticas. Una vez que las víctimas confiaban en ellos, las llevaban a su domicilio. Allí comenzaba el horror:

  • Eran retenidas contra su voluntad.
  • Abusadas sexualmente y sometidas a torturas durante días.
  • Robadas y finalmente estranguladas.

Las investigaciones posteriores revelaron que a muchas de ellas les arrebataban hasta las pocas pertenencias que llevaban consigo. El placer no estaba en el dinero, sino en el control absoluto y en la degradación de las víctimas.

Perfiles psicológicos perturbadores

Expertos que analizaron el caso coincidieron en que Infante era el dominante: un hombre con compulsiones sexuales y un sentido distorsionado de poder. Villeda, por su parte, mostraba una personalidad sumisa, pero profundamente involucrada. Su participación no era forzada: compartía la violencia y la justificaba como parte de su amor enfermizo por Rodolfo.

Las víctimas y el impacto mediático

Se les atribuyen al menos ocho asesinatos, todos de mujeres jóvenes que buscaban trabajo. La noticia conmocionó a México y cruzó fronteras. Los medios comenzaron a compararlos con célebres parejas criminales de otros países, y el nombre de los Sádicos de Matamoros quedó marcado como sinónimo de terror.

Vecinos y conocidos declararon que nunca sospecharon de ellos. Para la sociedad mexicana, el caso abrió el debate sobre cómo la violencia podía incubarse en espacios aparentemente comunes, en pareja, y pasar desapercibida.

La captura y el juicio

El 21 de octubre de 1991, tras la desaparición de varias mujeres, las autoridades siguieron pistas que llevaron directamente a la pareja. Las pruebas eran contundentes: testimonios, pertenencias de víctimas y el rastro de violencia en su propio hogar.

El juicio fue breve, pero estremecedor. En Tamaulipas, la condena máxima era de 40 años de prisión, pena que ambos recibieron. Aunque algunos consideraron que la sentencia fue insuficiente frente a la brutalidad de sus crímenes, la pareja quedó marcada como una de las más sádicas de la historia criminal mexicana.

A más de tres décadas, el caso de Infante y Villeda sigue recordándose con un halo de misterio y horror. No solo por la crueldad de sus actos, sino por la forma en que el amor se convirtió en el motor de una espiral de muerte.

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