Édgar Hurtado pasó de ser director empresarial a fugitivo internacional acusado de fraude; lo vincularon con el y fue detenido en Colombia.

La historia de Édgar es la de un hombre que transitó de ser director en una empresa transnacional a convertirse en uno de los mexicanos más buscados por Interpol. Una en capítulos de éxito, tragedia y caída, marcada siempre por la supervivencia.

estuvo atravesada por la violencia y el abandono. Nació en la Ciudad de México, hijo de una relación extramarital. Su madre rehízo su vida con un judicial violento que lo maltrataba, hasta que unos tíos lo rescataron y lo adoptaron, incluso cambiándole el apellido. De esa nueva familia campesina y trabajadora heredó disciplina y valores: uniformes impecables, estudios sin calificaciones menores a nueve y la idea de que el esfuerzo todo lo podía.

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Pero a los 11 años perdió a su padre adoptivo y tuvo que empezar a trabajar en oficios de barrio: pollerías, puestos en Tepito, entregas. Su esfuerzo rindió frutos: entró como acomodador en una empresa de consumo y, tras 20 años, llegó a ser director. Sin embargo, la ambición y la envidia de sus colegas lo hundieron. Fue acusado de fraude y pasó cinco años defendiéndose hasta probar su inocencia. Mientras tanto, su matrimonio se quebró y su estabilidad se desmoronó.

Al quedarse sin nada, buscó refugio en Estados Unidos, donde su medio hermano lo introdujo en un mundo que no era el suyo: favores, negocios y contactos ligados al narcotráfico. Sin quererlo, Édgar terminó etiquetado como su “brazo derecho”. En medio de esa tormenta, llegó el golpe más doloroso: la muerte de su hija Mariana en un accidente automovilístico a los 18 años. La tragedia lo quebró.

Intentó reconstruirse regresando a México: trabajó en Veracruz, conoció al amor de su vida y formó una nueva familia. Por un momento creyó haber encontrado la calma, pero esa ilusión duró poco. En 2019, durante un viaje a Colombia, fue detenido en el aeropuerto. Una alerta amarilla de Interpol bastó para que lo acusaran de narcotráfico, lavado de dinero y tráfico de armas. De un día para otro, su nombre apareció en más de 190 países como uno de los fugitivos más buscados.

Lo que siguió fue un descenso brutal al mundo carcelario colombiano: celdas sobrepobladas, comida escasa y violencia constante. Ahí, la supervivencia dependía del dinero y las conexiones. Édgar se adaptó: lavaba ropa, hacía hamacas, jugaba futbol apostando y llegó a ser ‘dealer’ en un casino dentro del penal. Presenció peleas sangrientas, muertes repentinas y el miedo del Covid que se llevó a muchos compañeros.

Pero también encontró solidaridad en algunos internos, aprendió oficios, estudió leyes y se enfrentó al limbo jurídico de la extradición. Entre rejas entendió que la cárcel no solo te arrebata la libertad: también te obliga a perdonar, a resistir y a reinventarte. Desde la anécdota del guardia que lo cubrió con una chamarra para evitarle la humillación de viajar esposado, hasta el abrazo de su hija en una visita que lo partió en dos, Édgar aprendió que incluso en los lugares más oscuros se puede encontrar humanidad.

Su historia, más que la de un “narco”, es la de un hombre marcado por pérdidas, errores y un sistema que lo atrapó entre la ambición, el dolor y la supervivencia.

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