Más Información
Si crees que los monstruos son solo personajes de película, la historia real de Florencio Roque Fernández te va a dejar pensando. Este Ángel Caído, conocido como "El Vampiro argentino", sembró el terror en la provincia de Tucumán a principios de los años 60.
A diferencia de los vampiros de los cuentos, Florencio no era un ser inmortal, ni salía de un castillo tenebroso; era un hombre de carne y hueso que se dedicó a aterrorizar a su comunidad de una forma brutal y escalofriante.
Su modus operandi era lo que le valió su infame apodo. Fernández tenía la escalofriante habilidad de meterse a las casas por las ventanas, de ahí que en su momento también se le conociera como "El Vampiro de la ventana".
Lee también: 50 muertos, un tiroteo y un cadáver perdido: La oscura historia de Dioguinho
Los habitantes ya no sabía qué hacer con el miedo de que este hombre se metiera a sus casas mientras dormían. En la oscuridad, atacaba a mujeres, dejando a su paso no solo el trauma, sino una marca de pesadilla, y es que les mordía el cuello de forma salvaje, así es, justo como lo haría Nosferatu o cualquier vampiro de ficción.
Los periódicos no tardaron en bautizarlo con el sobrenombre que hoy lo hace famoso en la historia criminal de Argentina. Su ola de crímenes, cometidos en la década de 1950, dejó a la policía desconcertada y a la gente sin dormir por el terror.
¿Cómo atraparon al Vampiro Argentino y por qué no fue a prisión?
La cacería para dar con Florencio Roque Fernández se armó en grande, y es que la policía argentina lanzó un operativo masivo para encontrarlo, pero el terror que inspiraba hacía que las pistas fueran confusas y la gente, asustada, no se atreviera a hablar.
Finalmente, fue capturado después de una intensa búsqueda, sin embargo, lo más sorprendente ocurrió durante el juicio.
Los médicos y psiquiatras que lo examinaron llegaron a la conclusión de que no era un asesino común, sino una persona que sufría de una grave psicosis.
El diagnóstico era claro, Fernández vivía en su propia realidad, donde creía que necesitaba la sangre para sobrevivir, lo que lo hacía legalmente incapaz de entender la gravedad de sus actos. O sea, que realmente pensaba que era un vampiro.
Por esta razón, un juez lo declaró inimputable, una condición legal que lo eximía de la responsabilidad criminal, por lo que el veredicto fue que no podía ser enviado a la cárcel.
En lugar de una celda, Florencio Fernández fue recluido de por vida en una institución psiquiátrica y pasó el resto de sus días en ese lugar, lejos del mundo que aterrorizó.
El Vampiro Argentino murió en 1968, pero su historia sigue viva como uno de los casos más fascinantes y macabros de la historia criminal de Argentina, demostrando que a veces, la verdadera maldad esconde una mente profundamente enferma.