Más Información
¿Te has puesto a pensar que la persona que más cuida de ti podría ser la más peligrosa? Suena a guion de película de terror, pero es la historia de la vida real de Harold Shipman.
Este doctor británico era el que todos querían tener, el amable vecino que te daba la mano, pero en secreto era un asesino serial escalofriante.
Por eso lo apodaron "Dr. Muerte".
El monstruo detrás de una fachada de doctor
Todo el mundo en el pueblo de Hyde (cerca de Mánchester) creía que Harold Shipman era un genio. Era de esos médicos de cabecera que se preocupaba por sus pacientes, que hacía visitas a domicilio y que siempre tenía una sonrisa. La gente, sobre todo las personas mayores, lo adoraba. Y claro, con esa fachada de buen tipo, ¿quién iba a sospechar que estaba cometiendo crímenes?
¿Cómo escapaba de la ley el Doctor Muerte?
El truco de Shipman era tan simple como brutal: le ponía una inyección letal de diamorfina a sus víctimas (la mayoría de ellas, mujeres mayores), y nadie se daba cuenta.
Como era el médico, podía firmar los certificados de defunción y decir que la persona había muerto por causas naturales.
Se cree que mató a más de 250 personas, ¡una cifra que te vuela la cabeza!
¿Cómo detuvieron al Doctor Muerte?
Pero hasta los criminales más astutos cometen errores. La suerte de Shipman se acabó cuando mató a Kathleen Grundy, una paciente.
En su ambición, cometió la torpeza de falsificar su testamento para quedarse con su dinero.
La hija de la señora, que era abogada, vio que el testamento era un fraude total. Cuando la policía investigó y desenterraron el cuerpo. Encontraron la heroína.
Ahí fue cuando se le vino el mundo encima.
El final del Doctor Muerte
En el año 2000, Harold Shipman fue a juicio y lo condenaron a cadena perpetua por 15 asesinatos. Aunque se cree que el número de víctimas es muchísimo mayor. Al final, en 2004, se suicidó en la cárcel.
Su caso fue un terremoto para el sistema de salud en Inglaterra y en todo el mundo. Hizo que se cambiaran las reglas para los doctores y para firmar documentos de defunción.
La historia de Shipman nos recuerda que no siempre se puede confiar en las apariencias. Es un recordatorio de que el mal puede estar en el lugar que menos te lo esperas.