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Fernando Hernández, mejor conocido como ‘El Malilla’, es mucho más que un cantante de reggaetón y rap: es la prueba viva de que sí se puede, aunque todo esté en contra. Nacido y criado en Valle de Chalco, un barrio donde la violencia y la ilegalidad son parte del paisaje cotidiano, ‘Malilla’ creció entre tíos y primos que eran “fans de lo ajeno” y aprendió desde niño que fumar marihuana o salir a “hacer jales” era lo común.
En su casa, se vivía al día y la calle ofrecía todo, menos un futuro.
Pero dentro de ese contexto, hubo algo que le salvó la vida: la escuela. Mientras sus amigos caían en adicciones o conflictos con la ley, Fernando encontró en los libros y las tareas una manera de escapar de su realidad. Más tarde, ese refugio se amplió con la música.
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Sin saber absolutamente nada de producción, buscó estudios para grabar sus primeras canciones. No tenía equipo, apoyo ni dinero, pero sí una motivación brutal: no repetir la historia de su hermano, que pasó ocho años en prisión y cuyo encierro devastó emocionalmente a su madre.
“Yo era bravo, no llegaba a hablar, yo llegaba a madrear, al igual que uno de mis hermanos. Pero a él le tocó pagarla (ir a la cárcel), vi cómo mi madre se desmoronó y yo no quiero hacerle eso, chingar a mi mamá”, recuerda como uno de los momentos claves de su vida para meterle a lo bueno.
La música no fue un camino fácil. Por años picó piedra, organizó fiestas en su barrio donde se subía a cantar a las 12:30 de la madrugada, grabó canciones que nadie escuchó al principio, y fue rechazado por no “entrar a tiempo” o “no saber rapear”. Aun así, siguió. Su nombre artístico, ‘El Malilla’, surgió de esos años, de ese Fernando que llegaba al estudio a vender teléfonos usados y a buscar un lugar entre los que ya estaban haciendo música.
EL MALILLA NO SALE DEL BARRIO
Hoy, ‘El Malilla’ no solo llena escenarios y festivales internacionales como Coachella. Sigue viviendo en Valle de Chalco, desde donde lidera un proyecto de impacto social: una escuela de box gratuita para niños y adolescentes de su comunidad. Ahí, en una cancha antes abandonada, ahora se enseña disciplina y se reparte esperanza.
Lo más poderoso de su historia no es la fama, ni los millones de reproducciones. Es cómo ha logrado jalar a su equipo del barrio: amigos de infancia, personas que estuvieron en prisión, adictos en recuperación, familiares a los que les dio una segunda oportunidad. ‘El Malilla’ no solo canta: reinserta, construye, transforma.
Su carrera, respaldada por sus amigos y su familia, no ha sido fácil, pero ‘El Malilla’ sigue siendo Fernando, y eso le permite mantener los pies en la realidad que conoce desde niño.
Después de tres meses de haber sido parte de Coachella, el escenario que considera el más importante del mundo, lo graduó como artista.