Loreley, cuyo nombre proviene de una sirena, entró por primera vez a prisión a los 18 años, aunque comenzó a delinquir desde los 14. , ya estaba inmersa en un entorno donde la violencia y el crimen eran parte de la vida cotidiana. "Todo alrededor era pura delincuencia", recuerda.

Sin figura paterna presente y con una madre ausente por trabajo, Loreley creció en la calle, donde robar y, con el tiempo, una rutina.

A los 13 años comenzó a consumir drogas. No lo veía como algo extraordinario: era parte del ambiente que la rodeaba. , casas habitación, negocios. "Me empezó a gustar el dinero fácil", dice sin adornos.

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Delinquir, para ella, era simplemente su forma de trabajo. Lo hacía sin miedo, con la seguridad de que saldría libre, pues siempre había alguien que la apoyaba o movía influencias.

Pero todo cambió la última vez que la detuvieron. Estaba embarazada y no lo sabía. Durante los primeros meses privada de su libertad, continuó consumiendo. Parir dentro de la cárcel fue, como lo describe, "duro y triste".

La maternidad en prisión es frágil y dolorosa. Por su hija, logró obtener la libertad anticipada, pero al no acudir a firmar como lo exigía el beneficio, fue reaprehendida y sentenciada a nueve años. Esta vez, nadie la ayudó.

Durante su segunda estancia, volvió a consumir. Fue hasta que, un año después, le ofrecieron trabajo en la cocina del penal, que su vida dio un giro.

"Se siente muy diferente ganar un sueldo, valoro cada peso", dice. Estar sobria le ha permitido reconocerse, pensar en sus hijos y enfrentar la posibilidad real de no repetir patrones.

Su historia familiar no es distinta a la de muchos que se encuentran privados de la libertad.

Su padre pasó 20 años en prisión por homicidio, y aunque ella lo visitaba, recuerda esas visitas como experiencias tristes, marcadas por el miedo y la violencia. Las filas largas, el trato indigno, y el tener que defenderse desde niña dentro de un penal como visitante marcaron su infancia.

Su hermano mayor también ha estado varias veces preso. Hoy, ella reconoce con temor que sus hijos podrían vivir lo mismo. "Me da miedo que se repita", admite.

Lleva dos años sobria y ha logrado mantenerse así gracias a la rutina del trabajo y a su decisión personal de cambiar.

"Estoy viviendo la reinserción social", asegura. Vive en el dormitorio de consumo, pero sin consumir. Sabe que aún le faltan seis años por cumplir, pero también sabe que está haciendo algo distinto con su vida.

Loreley no se justifica, pero tampoco se victimiza. Reconoce su responsabilidad, pero también señala con claridad el abandono estructural que vivió.

"Cuando vienes a la cárcel, algo se te queda", dice. Y lo que quiere que se le quede esta vez, es la posibilidad de salir distinta.

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