En el corazón de La Merced, entre calles cargadas de historia, comercio y ruido, existió durante años una habitación donde el silencio era espeso y las paredes ocultaban más que humedad. Nadie imaginó que, tras esa puerta cerrada con candado, se gestaba una pesadilla. Su nombre era Jorge Riosse. Y cuando la verdad salió a la luz… ya era demasiado tarde.

Un artista entre vecindarios olvidados

Jorge llegó a la vecindad de la calle Alhóndiga a finales de los años 80. Era un hombre de modales finos, cabello peinado hacia atrás y mirada profunda. Decía ser artista, y en su cuarto —del que casi nunca salía— creaba esculturas y pinturas que nadie se atrevía a mirar demasiado tiempo. A veces se escuchaba música clásica tras la puerta. Otras veces, solo silencio.

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Pagaba puntual. No causaba problemas. Saludaba con respeto. Era, en apariencia, el inquilino ideal.

Pero había algo... algo que no terminaba de encajar. Un olor que se colaba por debajo de la puerta. Un eco extraño en los muros. Una energía densa, pesada, que nadie podía explicar. Los vecinos lo atribuían al paso del tiempo, a la humedad, a las cosas viejas. Nunca al inquilino.

Una muerte sin aviso… y un descubrimiento impensable

Fue en 1993 cuando todo cambió. Jorge fue hallado muerto en su habitación, aparentemente por causas naturales. No dejó cartas ni despedidas. Solo una habitación cerrada… y un misterio que comenzaba a abrirse.

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Cuando los dueños del lugar entraron para limpiar el cuarto, encontraron primero el hedor. Luego, los restos. Ocultos entre muros falsos, bajo la cama, dentro de cajones: fragmentos de cuerpos humanos. Mujeres. Algunas con años de descomposición. Otras más recientes. Todas abandonadas en el silencio.

Las paredes estaban cubiertas con pinturas inquietantes. Figuras femeninas sin rostro, escenas de sufrimiento, miradas vacías. Era como si cada trazo confesara un crimen.

Entre los objetos personales, había diarios. En ellos, Riosse escribía con frialdad quirúrgica lo que había hecho. No pedía perdón. No mostraba culpa. Solo dejaba un legado de horror escrito con su propia mano.

El asesino que nunca fue atrapado

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Jorge Riosse murió sin ser juzgado. Nadie sospechó de él en vida. Nunca fue investigado. Sus víctimas eran, en su mayoría, mujeres en situación vulnerable, muchas sin familia o sin denuncias previas.

Se cree que mató al menos a diez. Algunos investigadores especulan que pudieron ser más. Muchas más.

¿Qué lo motivaba? ¿Era una pulsión artística distorsionada? ¿Un deseo de control? ¿O simplemente el rostro de la maldad disfrazada de genio? Lo cierto es que su mente funcionaba como una galería macabra, y su cuarto era el museo del horror.

Un cuarto maldito

Desde entonces, la habitación quedó clausurada. Nadie ha vuelto a habitarla. Algunos vecinos aseguran que aún se escuchan sonidos por las noches. Otros dicen que es solo la culpa de no haber visto lo que ocurría ante sus ojos.

Jorge Riosse se fue sin dejar respuestas. Pero su historia, la historia del asesino invisible de La Merced, sigue viva. Es un recordatorio de que el mal no siempre grita… a veces solo observa, con una sonrisa amable y un pincel en la mano.

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