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Aquiles es un hombre de 62 años que lleva 28 privado de la libertad. Durante casi tres décadas ha vivido entre penales federales, tortura, violencia institucional, cárteles, corrupción y una rutina carcelaria marcada por el miedo, la incertidumbre y el dolor físico y emocional. Su historia, contada desde la crudeza de su celda, refleja lo más oscuro del sistema penitenciario mexicano y el colapso de las instituciones encargadas de protegernos.
Fue teniente del Estado Mayor Presidencial. Entró al Colegio Militar a los 18 años y ascendió hasta convertirse en escolta de un general. Lo que comenzó como una carrera al servicio del país terminó en medio de un entramado de corrupción en el que el poder político, el narcotráfico y las Fuerzas Armadas compartían los mismos intereses. Aquiles fue arrestado por estar al servicio de un general vinculado con Macario Carrillo y Amado Carrillo, alias "El Señor de los Cielos". Aunque afirma que su trabajo era exclusivamente proteger a su superior, fue acusado de secuestro, homicidio y delincuencia organizada.
Durante su detención, fue brutalmente torturado por agentes federales. Le reventaron los tendones de Aquiles con un instrumento llamado "lengua de gallina", provocándole una discapacidad permanente. Aprendió a caminar de nuevo mientras sobrevivía al encierro. Pasó por penales como Puente Grande, el Altiplano, Juárez, Apodaca y Topo Chico. En algunos, como Puente Grande, estuvo más de un año sin ver la luz del sol. En otros, como Apodaca, presenció asesinatos, fugas masivas y cómo los Zetas tomaron el control completo del penal.
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Aun en medio del infierno, encontró una forma de mantenerse con vida: el fisicoculturismo. Desde antes de su detención era un atleta competitivo, y dentro de prisión se convirtió en entrenador de cientos de internos. Donó equipo de su gimnasio personal y fundó espacios de rehabilitación física. Incluso fue protegido por grupos del crimen dentro del penal, quienes respetaban su labor como entrenador.
Aquiles no niega su participación indirecta en estructuras criminales, pero insiste en que nunca cometió los delitos de los que fue acusado. Hoy está condenado a 37 años y le faltan nueve por cumplir. Ha pedido un indulto por edad, tiempo cumplido y buen comportamiento. Afirma estar arrepentido y convencido de que ya pagó lo que debía.
Su historia expone una verdad dolorosa: cuando las instituciones se corrompen, quienes forman parte de ellas quedan atrapados en una maquinaria que arrastra a todos. Aquiles fue parte del Ejército, fue parte de una estructura podrida desde la raíz, y hoy es parte del sistema penitenciario que castiga con más saña a los que alguna vez sirvieron desde dentro.
Desde la cárcel, Aquiles aún sueña con la libertad. Quiere abrir un gimnasio, cuidar a sus nietos y vivir en paz. No pide impunidad, pide una segunda oportunidad. Y si su testimonio impacta, no es por lo que hizo, sino por todo lo que vivió y sobrevivió.