Ángel tenía apenas 20 años cuando fue detenido por secuestro. Hoy, después de 17 años y medio en prisión, afirma que no es el mismo joven que tomó aquella decisión desesperada.

Su historia es la de alguien que tocó fondo, pero que dentro de la cárcel encontró una forma de reconstruirse a través de la música.

Originario de una familia de clase media, Ángel perdió a su madre cuando tenía 11 años. Su padre trabajaba en el negocio de fletes con camiones.

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A Ángel le gustaba la fiesta, el desorden, pero también tenía sueños. Jugaba beisbol, aprendió a tocar instrumentos y soñaba con tener su propio negocio. Pero en menos de 15 días, perdió dos camiones debido a operativos de tránsito, lo que colapsó su economía.

“Se me cerró el mundo”, recuerda. “Sentí que no tenía salida”. Ángel tomó una decisión equivocada. Buscando recuperar lo perdido “de un solo golpe”, se involucró con personas que se dedicaban a secuestros exprés.

Rentaron una casa sin que el propietario supiera para qué se usaría. Él participó en un secuestro que duró de viernes a lunes.

La víctima no fue golpeada ni maltratada, pero sí se le aplicó presión psicológica para que su familia pagara entre 300 y 400 mil pesos. “Sé que ellos imaginaron lo peor. Y por eso me arrepiento. No por causar daño físico, sino por todo lo que esa familia sintió”.

Ángel fue detenido en Escobedo, Nuevo León, con una persona en la cajuela del vehículo. “Lo hecho, hecho está”, dice.

Enfrentó su proceso con la misma crudeza con la que había tomado la mala decisión. Recuerda el momento en que fue fichado, fotografiado, y vio a su padre y a su hermano llorar al verlo detenido.

“Intercambiar una vida por dinero... hay mentes fuertes y débiles. Yo fui una mente débil”.

Durante su reclusión en el penal de Topo Chico, fue testigo del motín de 2008, uno de los más violentos. Vivió encerrado entre carteles, tensión y miedo. Pero en ese entorno, encontró algo que lo sostuvo: la música.

Su padre le llevó una guitarra, y poco a poco fue aprendiendo más instrumentos. Hoy toca la guitarra, el bajo, el teclado, la batería y el saxofón. Pertenece a un grupo dentro del penal y ha participado en concursos de composición a nivel nacional.

“No sé qué habría sido de mí sin la música. Es lo que me da libertad aquí dentro”. Ángel pinta con óleo, estudia y ha aprendido oficios como la sastrería.

Tiene claro que, al salir, quiere algo seguro, algo que le permita vivir con dignidad.

Dice que la cárcel le ha dado una nueva visión. “Aquí cambia quien quiere cambiar. La reinserción sí es posible. El mundo no se acaba tras las rejas”.

Hoy espera cumplir su sentencia completa. No tiene beneficios por la naturaleza del delito. Pero no pide que se le borre el pasado. Solo quiere demostrar que puede vivir diferente.

“No regresaría a hacer lo mismo. Me gustaría reparar a mi familia... y también a las víctimas. Hoy, no soy el mismo”.

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