En los últimos 15 años se duplicó el número de personas que solicitaron atención en los por adicciones, de acuerdo con información del Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones (Sisvea) de la Secretaría de Salud del gobierno federal. La cifra pasó de 58 mil 994 en 2010 a 119 mil 439 en 2024.

En contraste con la demanda de tratamiento, solo hay 30 centros gubernamentales de internamiento para las adicciones, de acuerdo con el Directorio de Establecimientos Especializados en el Tratamiento de las , reconocidos por la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones (Conasama).

La necesidad de atención rebasa por mucho la capacidad oficial. Mientras la Conasama reconoce 160 centros de tratamiento privados contra las adicciones en el país, en esta investigación se pudieron rastrear 4 mil 297, desde aquellos no regulados hasta los que cuentan con algún grado de regulación. Es la primera ocasión que se conoce este dato.

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El Censo no oficial: Miles de anexos fuera de la vigilancia

La cifra se construyó tras la petición de mil 149 solicitudes de información a las secretarías de salud y comisiones de salud mental y adicciones locales en los 32 estados de la República. En realidad, no existe un esfuerzo oficial nacional para censar y vigilar los miles de centros de rehabilitación privados que no forman parte del escaso directorio federal. Son pocos los estados que tienen un programa de reconocimiento estatal.

Las condiciones en los anexos: Historias de abandono y abuso

En uno de los centros de rehabilitación visitado, el dormitorio es un cuarto de techo de lámina y piso de cemento con una decena de literas de hierro de tres niveles, donde duermen varias de las personas en rehabilitación.

“Todo esto lo levantaron los internos, con sus manos”, dice orgulloso el director.

Los baños no tienen puertas ni cortinas. Explica que mientras menos artefactos haya es mejor, porque ya ha habido intentos de suicidio.

A lo lejos, se ven muchachos concentrados en limpiar verduras dañadas que les dona el mercado municipal y que sirve para alimentar a toda la banda con el “rancho” que ellos mismos preparan, pero cada día agradecen por llevar alimento a su boca.

119 mil Personas acudieron en 2024 por ayuda para controlar su adicción.

Víctimas de la violencia: La sombra del Cártel Jalisco Nueva Generación

A Gerardo lo golpearon 40 veces con el costado de un machete por negarse a ejecutar un trabajo que ya había sido pagado por líderes del Cártel Jalisco Nueva Generación. Debía matar a su padre.

“Eran 6 mil 500 pesos de anticipo, pero no sabía quién era hasta que me enseñaron la foto de mi papá”, relata.

Moreno teme que el cártel venga por él. Aun así, baja su pantalón para mostrar los glúteos lastimados, pelados. Cuenta que se unió a la mafia para que lo ayudaran a encontrar a su hija secuestrada. La halló con vida, pero sufrió abuso sexual.

Me encuentro dentro de uno de los cientos de centros de rehabilitación de adicciones de Jalisco; uno de los miles de México que también llaman anexos.

De la criminalidad al internamiento: Historias de trauma

En este centro de internamiento también se halla “Arturo”, un veinteañero que no recuerda una actividad económica en su vida que no esté vinculada al crimen. Antes de llegar aquí enterraba cadáveres en fosas clandestinas y eso lo atormentaba: “Me taladraba la cabeza, me drogaba y recordaba a las personas porque llegué a ver las caras con la expresión con que se quedaban”.

“Arturo” le contó a un amigo y este corrió la voz en el pueblo. A su vale se lo echaron y él tuvo que correr por su vida y ahora está anexado.

El director de uno de los centros de rehabilitación relata que hay ocasiones en que gente del Cártel Jalisco le pregunta si está dispuesto a recibir jóvenes con adicciones que trabajan para la estructura criminal; de no hacerlo los van a matar.

“Juan”, es un joven que probó por primera vez la metanfetamina a los 11 años, cuando asesinaron a su hermano como un acto de venganza contra su padre. “Cuando lo vi ahí tirado, dije: pues como que no sirve de nada estar bien”.

El joven que ahora tiene 17 años ha ingresado y abandonado varias veces los centros de tratamiento y la criminalidad. Siempre ha recaído.

Los castigos en centros y el rol ambiguo de los “padrinos”

No en todos los centros contra las adicciones hay buen trato. Pedro lo vivió con “aplicaciones”, un eufemismo para referirse a los castigos, como permanecer de pie durante semanas con derecho a media hora de sueño al día, colocar las rodillas sobre corcholatas de refresco o la prohibición de visitas.

“Había unos botes de esos de las latas de los chiles; ahí orinábamos y, a veces, defecábamos ahí y también mismo comíamos”, evoca.

El director del centro, “el padrino”, intercedió por él ante el cártel: pagó el dinero que debía y pidió por la vida de su papá. “Aquí me curaron, me dieron toda la atención que ocupé para recuperarme”, dice.

“A veces, los cárteles nos mandan unos. Trabajando con el tejido social podrido (…) con los que ya nadie quiere, ni el narco”, mencionó el Director de un anexo.

El terror en Mazatlán: madres buscadoras y reclutamiento forzado

Las madres no saben qué facción del Cártel de Sinaloa se ha llevado a sus hijos de los centros de rehabilitación de Mazatlán, un próspero destino turístico antes de ser alcanzado por la guerra intestina del grupo criminal que tomó el nombre del estado y que desde septiembre de 2024 ha dejado más de mil 800 asesinatos, de acuerdo con datos oficiales, y más de 3 mil personas desaparecidas, en la versión del colectivo de madres buscadoras Sabuesas Guerreras.

Solo tienen la certeza de que sus hijos no se han ido “por voluntad propia”, como sostiene el gobierno, pues conocen a sus hijos.

De acuerdo con la prensa local, en al menos 15 centros de rehabilitación del estado ha habido multihomicidios, atentados y reclutamientos.

Rosalba, madre de Alejandro Trujillo, cuenta que visitó a su hijo interno en el centro “Salva tu vida” unas horas antes de que se lo llevara un comando. Lo vio alegre y recuperado: “Los ojos más bellos que haya visto”, recuerda. En cinco días dejaría el internamiento y regresaría a casa.

Pero algo no estuvo bien aquella vez en que Rosalba vio a su hijo. Lo notó desesperado por irse. Le confió haber escuchado que el dueño del lugar estaba involucrado en el crimen: “Ya nos están contando lo que está pasando afuera, madre”, le dijo. “Si viene gente aquí, ¿qué va a ser de nosotros? Nadie nos cuida, no hay policías”. Mientras la visita ocurría, un joven los vigilaba intranquilo. No dejaba de moverse.

Esa noche recibió una llamada del dueño del centro. “Lo siento mucho, Rosalba. Llegó un grupo armado y se llevó a tu hijo”. Ella exigió que le dijera qué había hecho con Alejandro. “Mi hijo no es un sicario”, le respondió.

Llamó a la policía, pero nunca llegó al sitio donde fue sustraído. Se enteró por los vecinos del lugar que a Alejandro se lo llevaron a rastras y a golpes.

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