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Volver cenizas un cuerpo humano después de la muerte es la alternativa más común frente al entierro, sobre todo en las grandes ciudades, donde el espacio en los panteones es cada vez más escaso. Pero este proceso, aunque ya cotidiano, sigue rodeado de mitos, leyendas y verdades que “ponen la piel chinita”.
Karen Sánchez, embalsamadora y dueña de la funeraria Flor del Sinaí, en la CDMX, explica que la preparación del cuerpo es prácticamente la misma que para un entierro: “Se extraen los líquidos y se realiza el embalsamamiento, porque es la última vez que la familia verá al ser querido. Ya si se entierra o se crema, eso lo decide la familia, pero el cuerpo va embalsamado”.
Eso sí, cuando se trata de personas con marcapasos o aparatos con pilas de litio, es obligatorio retirarlos antes del proceso, pues al contacto con el fuego pueden provocar una explosión y dañar el horno crematorio, sobre todo si es uno sencillo o antiguo, explica la experta.
¿Cómo es el proceso de cremación y qué sucede con el cuerpo?
Durante la cremación, los hornos alcanzan temperaturas entre 600 y 1,000 grados centígrados. Primero se quema el cabello y la piel, luego se evapora el líquido corporal, después se consumen los músculos y finalmente los huesos. Los tejidos blandos se vuelven polvo, mientras que los huesos se carbonizan, detalla.
Después, esos restos óseos —que quedan en pedazos grandes— se colocan en una máquina con navajas afiladas que los tritura hasta obtener las cenizas. En promedio, el polvo final de un adulto pesa entre dos y tres kilos y medio, dependiendo de la densidad ósea, no del tamaño o complexión.
Una de las principales ventajas frente al entierro es el espacio. En una cripta de 86 por 88 centímetros pueden caber hasta ocho urnas. Además, las urnas se pueden trasladar sin exhumación e incluso conservar legalmente en casa (enterrar cuerpos ahí, en cambio, está prohibido), concluye.








