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Dos generaciones de mexicanos fueron sacudidas por la tierra un 19 de septiembre, dejando en ellos imborrables secuelas de dolor y destrucción.
El jueves 19 de septiembre de 1985, el entonces Distrito Federal, fue sorprendido por un sismo magnitud 8.1 en escala de Richter cuando el reloj marcaba la 7:19 horas.
Aunque el movimiento telúrico con epicentro en las costas de Michoacán duró tan solo un minuto y medio, este tiempo, que para muchos pareció eterno, fue suficiente para matar a entre seis y siete mil personas, según datos oficiales del Gobierno del entonces presidente Miguel de la Madrid Hurtado.
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Sin embargo, se cree que fallecieron entre 26 mil a 35 mil personas, muchos de ellos quedaron entre los escombros de los edificios que colapsaron como el Hotel Regis, las instalaciones de Televisa Chapultepec, el Centro Médico, el Hospital Juárez, el edificio Nuevo León del multifamiliar de Tlatelolco, entre otros.
Ese día, y el 20 de septiembre, cuando se presentó otro sismo de magnitud 7.9 y cuyo epicentro se originó en Zihuatanejo, Guerrero, despertó el sentido solidario del pueblo de México que, ante la incapacidad de las autoridades, removieron las piedras y el cascajo para buscar sobrevivientes, entre ellos los llamados “niños milagro”.
Como si fuera una mala jugada del destino, 32 años después, el 19 de septiembre de 2017, un nuevo terremoto azotó la Ciudad de México, eran las 13:14 horas cuando la tierra se movió con una potencia de 7.1 grados Richter.
Su epicentro se originó en Chiautla de Tapia, Puebla, desafiando a la joven población que, a consecuencia del sismo de 1985, creció aplicando los protocolos de Protección Civil, herencia de ese suceso que sus padres vivieron de jóvenes.
El “no corro, no grito, no empujo” fue puesto a prueba; sin embargo, eso no pudo evitar la muerte de 369 personas, aunque sí disminuyó enormemente la cantidad de fallecidos tres décadas atrás.
Tragedias como las vividas con el colapso del Colegio Enrique Rébsamen, el Multifamiliar de Tlalpan, la fábrica maquiladora de Chimalpopoca y Simón Bolívar, el edificio ubicado en el cruce de Medellín y San Luis, entre un centenar de edificios más, refrendaron en la memoria colectiva la fragilidad de la vida y el cáncer de la corrupción que salió a relucir, ante las anomalías que presentaron algunas construcciones derrumbadas por los impactos de la naturaleza.
Pero también volcó a las calles a la gente, que usando las redes sociales y con la experiencia de 1985, se organizó para levantar una vez más de entre las piedras al corazón de México.








