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El 19 de septiembre de 2017 Francia Gutiérrez estaba fuera de la Ciudad cuando recibió la llamada que cambiaría para siempre su manera de mirar el Multifamiliar Tlalpan.
El edificio 1C, aquel que había resistido el sismo de 1985, y donde había crecido junto a su familia, se había derrumbado. Para ella, ese espacio no era únicamente un conjunto habitacional, era el sitio donde había transcurrido su infancia, donde habían nacido sus hermanos y donde las jardineras, los pasillos y las ventanas se habían llenado de recuerdos.

En San Ángel, la jornada de Israel transcurría con normalidad hasta que la tierra comenzó a sacudirse. La incertidumbre se instaló de inmediato: durante horas no hubo forma de comunicarse, y la preocupación crecía con cada intento fallido por llamar a casa. Solo más tarde, cuando por fin las líneas se restablecieron, llegó la noticia: en el Multifamiliar había un colapso.
El derrumbe del edificio 1C no solo dejó a decenas de familias sin hogar, también fue el comienzo de una larga y desgastante lucha para los habitantes del Multifamiliar, quienes tendrían que buscar la reconstrucción de sus departamentos.
La explanada del complejo habitacional y la iglesia fueron los puntos de encuentro, donde se realizaban asambleas.
ORGANIZADOS
Ahí nació Damnificados Unidos de la Ciudad de México, un movimiento que trascendió las paredes del Multifamiliar y unió a otros damnificados del sismo. Con pancartas, marchas y protestas, buscaron garantizar su derecho a la vivienda.
Israel Ballesteros señala que el gobierno no otorgó apoyos extraordinarios, lo que se consiguió fue únicamente el cumplimiento de una obligación. “De entrada nos cuesta trabajo el término apoyo, es decir, no son apoyos, es su responsabilidad, es su chamba, son derechos de nosotros y obligaciones de ellos”.
La fuerza de la organización no solo vino de los jóvenes, sino de los vecinos de mayor edad. Eran quienes habían sostenido al Multifamiliar desde décadas atrás y, en medio de la incertidumbre, volvían a encabezar la resistencia.
En medio de esa organización, Pier Puebla asumió la tarea de coordinar la preparación de la comida comunitaria. Grandes ollas se llenaban cada día y se repartían entre las familias, manteniendo vivo un espíritu de unión que dio fuerza a la comunidad tras el sismo.
Tras varios meses de lucha, los vecinos lograron la reconstrucción de sus viviendas, pero esto no significó el final de los problemas. En el edificio 1C existen tensiones. No todos los residentes asumieron de la misma manera los compromisos derivados de la reconstrucción, lo que ha provocado divisiones.
También llegaron nuevas familias, y las nuevas generaciones rara vez participan en las reuniones vecinales. Aun así, quienes vivieron la tragedia, sostienen los vínculos forjados en la emergencia y mantienen viva la memoria de lo ocurrido.